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Desde el escenario del Teatro San Carlos de Junín, Javier Milei lanzó la campaña electoral bonaerense y nos dejó algunos mandamientos de su credo económico. En pos de cuestionar al “soviético” Axel Kicillof y sus políticas públicas, esbozó su propia “creencia” (sic) sobre los impuestos y el valor de los productos. Citó a Alexis de Tocqueville para afirmar que la riqueza de los países depende de “la libertad de sus habitantes” y criticó así a los impuestos estatales. Luego, datos falsos mediante, negó la existencia misma de “superganancias” y afirmó que “cree en la teoría subjetiva del valor”. Toda una confesión de su dogma anticientífico que niega las leyes objetivas de la economía y la sociedad. Obviamente, su misticismo tiene beneficiarios concretos.
¿Los impuestos son anticapitalistas?
Según Milei los impuestos son la causa de los males del capitalismo. Según esto, la miseria no sería un resultado de la división de la sociedad en clases, sino culpa de los “socialistas” y “keynesianos” que aprueban impuestos. Lógicamente, para semejante delirio termina citando a un liberal idealista y metafísico como Alexis de Tocqueville (1805-1859). Lo curioso es que, en dicha cita y en su interpretación, termina contradiciendo incluso a Adam Smith: un “prócer” liberal pero que buscó develar las leyes del capitalismo y dio los primeros pasos para entender que “La riqueza de las naciones” (tal como tituló su obra cumbre) proviene del trabajo humano.
En su dogma, Milei afirma que los impuestos reducen ganancias empresariales; entonces baja la inversión y la producción; y finalmente derivan en atraso productivo, desocupación y miseria. Una afirmación vulgar que ni siquiera logra registrar que incluso en el capitalismo el desarrollo productivo exige no sólo salud y educación para las clases trabajadoras, sino también inversión en desarrollos científico-tecnológicos por parte del Estado.
No es que Milei sea un anarco antiestado, sino que pretende reducirlo al mínimo necesario para sostener básicamente el monopolio estatal de la violencia. En este gobierno esto se ha traducido en la cruel represión de los miércoles a jubilados y hasta discapacitados, y en las onerosas compras de aviones usados F-16 y degradados a pedido del Reino Unido. Para eso sí hay plata. Lo que en definitiva ataca Milei es la inversión en políticas públicas y sociales. El resultado está a la vista: de un lado, ajuste salvaje al Hospital Garrahan, las universidades, INTI e INTA, obra pública, jubilación, discapacidad, etc.; del otro, cierre de miles de fábricas y desocupación creciente.

¿El valor y las superganancias no existen?
En su discurso Milei fue bastante explícito en cuanto a su objetivo de aumentar la ganancia empresarial, dando a entender falsamente que el bienestar social sería una consecuencia de aquello. Reproduce así la ya clásica “teoría del derrame” que nunca se comprobó. Lo que fue ya un poco más llamativo fue su abierta negación sobre que siquiera existan las “superganancias”, para entonces cuestionar todo impuesto sobre riqueza o ganancias extraordinarias. Obviamente los interesados en esta forma de negacionismo económico son los monopolios, grandes empresas y grupos financieros, que logran ganancias extraordinarias gracias a una posición de poder o beneficios especiales como las tasas “voladoras” del carry trade que promueve el gobierno.
El argumento de Milei se basa en negar el valor que objetivamente tienen las mercancías, que a su vez tiene una relación dialécticamente contradictoria con su precio. Tras describir vulgarmente la teoría del “valor objetivo” como “la suma de los costos”, afirmó que “creemos en la teoría subjetiva del valor. Y si alguien pretende imponernos precios que no estamos dispuestos a pagar, ahí aparece Menger”. Carl Menger (1840–1921) fue un economista austriaco que cuestionó precisamente la teoría del valor-trabajo iniciada por Adam Smith, quien relacionó el valor de cambio de las mercancías con el trabajo, la ganancia capitalista y la renta. De fondo, lo que dicen Menger y su devoto Milei es que el valor no existe: sólo existe el precio establecido subjetivamente entre comprador y vendedor. En el mismo sentido fue su crítica hace un año contra la teoría de los “fallos de mercado” (Prensa Al Frente Nº 194).
Esta teoría metafísica –sobre la inexistencia del valor y las superganancias– pretende justificar que los monopolios nos impongan cualquier precio a los productos. Entonces, el precio del combustible no tiene ninguna relación con los costos locales sino simplemente con algún precio internacional. Es así que llegamos al sinsentido de que el gasoil en Argentina esté más caro que en Chile, que no produce combustible. Esto puede ser muy bueno para las petroleras, pero es una gran traba para la producción nacional.
Otro nefasto resultado de la “teoría subjetiva” que profesa Milei es el desprecio al trabajo. Por un lado, porque para un empresario daría lo mismo producir en nuestro país que importar y vender con altas ganancias. Así entramos al festival de importaciones y desocupación creciente. Por el otro, daría lo mismo levantarse todos los días para ir a trabajar que pegarla con alguna criptomoneda, aunque ¡corriendo el riesgo de ser estafado! Así es la propuesta-ganancia que predica el presidente, haciendo girar toda su política económica en base a un aparente ordenamiento financiero a costa de una debacle productiva.

El trabajo sí vale
En su momento Adam Smith y luego David Ricardo desarrollaron la teoría del valor en discusión con los fisiócratas, que asignaban a la tierra como el origen de la riqueza en lugar del trabajo incorporado en los productos. Esta discusión “académica” fue parte de la confrontación entre terratenientes y burguesía en Inglaterra, en la cual terminó imponiéndose la burguesía con la abolición de la Ley de Granos en 1846. Carlos Marx partió de los avances científicos de Smith y Ricardo, reforzó el carácter social del trabajo, desentraño la distinción entre salario y valor producido por la fuerza de trabajo, y descubrió así la plusvalía. Ahora Milei podrá describir la teoría del valor de Smith como la “suma de costos”; pero sería una burrada describir así a la teoría del valor desarrollada por Marx.
Marx demostró que la ganancia capitalista no surge ni de la tierra, ni del dinero, ni del riesgo empresarial sino del plustrabajo. Siguiendo las leyes de mercado, el capitalista paga al obrero un salario que alcanza para su propia reproducción y de su familia; pero el resultado productivo de su fuerza de trabajo es mayor, generando así un plustrabajo apropiado por el capitalista. Dicho de otra forma: el obrero produce más valor que lo que estrictamente necesita para su propia subsistencia. Esta diferencia, entre valor producido y salario pagado, constituye la ganancia que logra el capitalista.
Esta teoría del valor y la plusvalía fue explicada por Marx en una memorable intervención en la Primera Internacional en 1865, que luego fue publicada como “Salario, precio y ganancia” (ver Al Frente Nº 178) y más tarde desarrollada en los tomos de “El Capital”. En este libro, Marx desentrañó además el origen de la miseria y las crisis capitalistas, que no está en los impuestos sino precisamente en esta apropiación individual (capitalista) del trabajo social (asalariado). Marx entonces ubicó el problema en la propiedad de los medios de producción y cuestionó la “redistribución” como solución, ya que da por inmodificable la distribución original.
Las ideas de John Maynard Keynes surgieron precisamente en respuesta a una de las crisis económicas más profundas de la historia del capitalismo, la crisis de 1930 (que es en definitiva el antecedente de la Segunda Guerra Mundial). Pero sus conclusiones en cuanto a políticas estatales (y luego el desarrollo del Estado de Bienestar) no fueron para avanzar al socialismo sino, por el contrario, para defender al capitalismo frente a la creciente influencia de la Unión Soviética, cuya economía socialista siguió creciendo mientras el mundo capitalista se hundía en quiebras y desocupación.
Ciertamente, hoy por hoy no hay países socialistas porque sus revoluciones fueron derrotadas. Pero tanto o más cierto es que el capitalismo, por un lado, sigue profundizando la miseria y augurando guerras; y por el otro, generando milmillonarios y concentración de la riqueza jamás vista. En definitiva, seguimos transitando la época histórica de los monopolios y las revoluciones proletarias.
Publicación original: https://liberacionpopular.org/el-dogma-mileista-que-oculta-el-valor-del-trabajo/