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“Hoy volvemos a retomar el camino que nunca deberíamos haber perdido”, expresó Javier Milei en su discurso tras el balotaje. Se refirió así al período de la llamada Argentina “granero del mundo” de fines del siglo 19, cuando el país exportaba granos y carne, e importaba productos manufacturados principalmente del imperialismo inglés en ese momento. Eran tiempos en que los terratenientes eran amo y señor en sus estancias, no había voto secreto, ni tampoco derechos sociales.
La añoranza a aquellos tiempos de hace más de un siglo no es nueva, sino que es muy propia de lo más rancio de la oligarquía terrateniente que debió “tolerar” conquistas democráticas y sociales a lo largo del siglo 20 y la constitución de una clase obrera altamente sindicalizada. Lo novedoso es que semejante proyecto haya ganado con votos la presidencia, cuestión sólo explicable en un contexto económico muy difícil y con el resurgimiento de fuerzas fascistas o ultra reaccionarias a nivel global.
Las revoluciones burguesas de Europa y nuestra independencia
En 1816 declaramos nuestra Independencia. En 1824 el colonialismo español fue definitivamente derrotado en Ayacucho. La guerra al colonialismo no terminó allí, sino que en 1833 sufrimos la usurpación de las Islas Malvinas por parte de Inglaterra; y en 1845 fue necesario defender la soberanía en la Batalla de Vuelta de Obligado contra una flota anglo-francesa. Sin embargo, recién en 1853 Argentina logró aprobar su Constitución que estableció un gobierno nacional.
Tras la aprobación de la Constitución, la conformación nacional se terminó consolidando sobre la base de la guerra a muerte contra los caudillos del interior, la infame Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay (1864-1870), y la guerra de conquista de la Patagonia y el Chaco (1878-1885), que hasta ese momento estaban en manos de pueblos originarios. Así, la oligarquía argentina se apropió y se repartió gigantescas extensiones de tierras.
De este modo, nuestra Revolución de Independencia se había dado en la época de las revoluciones burguesas. Pero nuestra constitución como estado nacional recién se consolidó con la entrada a una nueva época histórica, en la que el capitalismo de libre competencia dio paso al capitalismo monopolista, como fase superior y última del capitalismo.
Junto con esto, la exportación del capital monopolista desarrolla a la clase obrera no solo en las metrópolis sino en todo el mundo. Y Argentina no fue la excepción, sino que por el contrario al promover la propia oligarquía la inmigración de mano de obra calificada europea, importó también el desarrollo del anarquismo, el socialismo y poco después el comunismo en el seno de los trabajadores.
El cambio de época y la constitución del Estado Nacional
En definitiva, la constitución del Estado Nacional Argentino coincide con la época histórica del imperialismo y las revoluciones proletarias. Época que se inició a fines del siglo 19 y que V. I. Lenin advertiría como tal décadas más tarde [1]. Así nacemos ya como país dependiente.
Esta época es una fase del capitalismo que termina con los aspectos revolucionarios antifeudales democratico burgueses para entrar en la descomposición a la que hoy asistimos, haya o no haya en el presente estados socialistas en el mundo. Una fase en la que se polariza y agudiza al máximo, sin solución posible dentro del capitalismo, el antagonismo entre el capital monopolista y el trabajo. Donde hoy el 1% es más rico que todo el otro 99% junto y crece la pauperización entre las masas.
Es justamente en este cambio de época –con la oligarquía argentina asociada principalmente con el imperialismo inglés– cuando se constituye el Estado nacional, oligárquico-imperialista, como garante de sus privilegios de clase.
Desde el punto de vista económico, nuestra estructura de país dependiente se graficaba en el comercio con Inglaterra: le vendíamos granos y carnes, y le importábamos manufacturas textiles y ferrocarriles, administrados por empresas inglesas. Tal como analizamos en nuestra edición anterior [2], para afirmar la loca idea de que en 1895 éramos potencia mundial, Milei se basa en: 1) utilizar estadísticas cuestionadas, que en realidad no son estadísticas –porque no había– sino extrapolaciones; 2) negar que no hay perspectiva económica en un país sin industria, como era Argentina en aquel momento; 3) altos precios internacionales de las materias primas que exportaba Argentina, que no redundaban en el bienestar general sino en riquezas descomunales para las clases dominantes argentinas.
Guerras y revoluciones en el siglo 20
El siglo 20 fue testigo de dos guerras mundiales –producto de la disputa interimperialista que también es una característica de esta fase capitalista y de la época– y que como como contrapartida dió lugar a las primeras revoluciones socialistas triunfantes de la historia de la humanidad: Rusia (1917), China (1949), Cuba (1959)y otros países, llegando a vivir en el socialismo un tercio de la población mundial.
También se desataron, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, revoluciones de liberación nacional que enfrentaron a los imperialismos. Así, vinieron a confirmar la nueva época en la que se había entrado, graficada en la consigna de la Tercera Internacional Comunista: “Proletarios de todos los países y pueblos oprimidos, uníos” (1920).
En nuestro país el siglo 20, con las posguerras de la Primera y Segunda Guerra Mundial, da lugar a los gobiernos industrialistas nacionales de Yrigoyen en 1918 y Perón en 1945, que si bien llegaron por elecciones, fueron antecedidos y paridos desde enormes luchas como la Revolución del Parque, las primeras huelgas obreras sangrientamente reprimidas y el desarrollo de sindicatos que obligation a la oligarquía a replantear el sistema conservador con la Ley Sáenz Peña. O en el caso del peronismo el 17 de Octubre. Perón expropió para el Estado las empresas inglesas de servicios públicos. YPF, YCF, SOMISA, Ferrocarriles Argentinos, ELMA, Fabricaciones Militares y todas las empresas que luego privatizaría en menemismo en los ‘90, surgen de estos dos movimientos históricos de la Argentina.
Con golpes de estado fueron derrocados Yrigoyen en 1930 y Perón en 1955. El Estado oligárquico-imperialista, con sus Fuerzas Armadas, trunca esos procesos promotores del desarrollo de una burguesía y una industria nacional, principalmente de la mano de monopolios estatales como vértices económicos de desarrollo. Tras la muerte de Perón, en 1976 vuelve a ser derrocado el gobierno peronista; esta vez por la dictadura más sanguinaria y anti industrialista. Queda para otro artículo si en esas derrotas se expresa sólo un límite en la correlación de fuerzas o también los límites revolucionarios de clase del peronismo y previamente del radicalismo.
Luego de la Dictadura, su destrucción de la industria nacional, los grandes fraudes financieros de 1980 y la estatización de la deuda externa de los monopolios y el endeudamiento del Estado, en el marco de profundos cambios internacionales se impone en 1990 con Menem y Cavallo el proceso de privatización de las empresas del Estado que terminaría cambiando la fisonomía social argentina, llevándonos a la base de los niveles de pobreza que hoy tenemos. La sojización y el dominio financiero de la producción agropecuaria despoblaron el campo, aglomerando pobreza en los grandes centros urbanos.
Es así como llegamos a este presente con 40% de pobres, donde más de la mitad de los niños crecen en esa condición.
Son conquistas en nuestra lucha por la liberación nacional y social
La historia y la situación económica y social de nuestro país ratifica la necesidad en nuestro país de una etapa revolucionaria democrático-popular antiimperialista, antimonopolista y antiterrateniente. Como las etapas revolucionarias en cada país no son al margen, sino que son parte de la época revolucionaria mundial, estrictamente hay que definir el carácter actual de la revolución que demanda objetivamente nuestra sociedad como una “revolución democrático-popular antiimperialista, antimonopolista y antiterrateniente, en marcha ininterrumpida al socialismo y el comunismo como objetivo histórico.”[3]
Las derrotas de las revoluciones socialistas en las últimas décadas del siglo 20 no borran el avance histórico que significaron; del mismo modo que las restauraciones monárquicas en Europa no pudieron deshacer el avance que implicó la Revolución Francesa en 1789. Los procesos históricos tienen avances y retrocesos, y son motorizados por la lucha popular.
Nuestra propia historia nacional tiene su correlato con los grandes cambios sociales del siglo 20. Así, “los alzamientos de la UCR de finales del siglo 19, la primera huelga nacional de 1902, el Grito de Alcorta en 1912, la Reforma Universitaria de 1918, la Semana de Enero de 1919, la Patagonia Rebelde, la YPF de Yrigoyen, el 17 de Octubre de 1945 y el ascenso del peronismo, el Cordobazo y los levantamientos obreros y populares de los ‘60 y ‘70, las puebladas de los ‘90 y el Argentinazo del 2001, muestran una y otra vez el arco de unidad obrera y popular que enfrenta la reacción de los enemigos imperialistas, monopolistas y terratenientes”[3]. Cada uno de estos hitos ha sido un empujón en nuestra lucha por la liberación nacional y social, independientemente del nivel de conciencia de los protagonistas.
Milei y sus secuaces pretenden simplemente negar toda esta historia, caracterizando como “privilegios” a cada uno de los derechos sociales que hemos ido conquistando con la lucha popular. Los retrocesos que hemos sufrido con cada dictadura y con las privatizaciones de los ‘90, o los que tendremos que resistir ante el gobierno de Milei, no hacen más que confirmar la necesidad de conquistar para la lucha liberadora no solo el gobierno, sino también el poder.
[1] V. I. Lenin, “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, 1916. Una reseña puede encontrarse en Prensa Al Frente Nº 177.
[2] “¿Argentina fue el país más rico del mundo en 1895?”, en Prensa Al Frente, Nº 192.
[3] Congreso del Comunismo Revolucionario, “Programa”, junio de 2023.
Publicación original: https://cr-alfrente.org/lo-que-a-milei-no-le-gusta-del-siglo-20-y-21-retroceder-al-siglo-19/